¿Edad? Envejecer da asco, pero si aprendes a envejecer bien, duele menos. Investigo cómo la dopamina del placer y la adicción nos destruye; pero si incrementamos la serotonina del bienestar haremos que los años que nos queden valgan la pena. La clave es que la dopamina del placer inhibe la serotonina del bienestar
Sólo disfrutas más con menos
Leo un adelanto de Metabolical (aún sin editor en España) y, fascinado, localizo a su autor, Lustig, en la Universidad de California en San Francisco. Diseña un modelo del sistema límbico, el que convierte las emociones en acciones, para curar disfunciones neuroendocrinológicas. Y me da su consejo para vivir mejor: renuncie a la búsqueda del placer fácil con la dopamina, que enriquece a industrias billonarias de la comida basura, el juego o las drogas; y haga ejercicios que aumenten la serotonina, hormona neurotransmisora de la felicidad (él prefiere decir bienestar). Perseguir la dopamina del placer nos lleva, más allá de la copa, a vaciar botellas; la de la serotonina nos hace disfrutar de un mero paseo entre las viñas. Pero si ya eres alcohólico, es imposible que lo aprecies.
¿Hablar de felicidad es científico?
No. Y ese es parte del problema de estudiarla, porque no hay una definición consistente de felicidad y, por tanto, no es medible.
¿Prefiere que hablemos de bienestar?
Le llamaremos felicidad aquí si prefiere; pero lo que sí es ciencia y demostrable es que confundir placer con bienestar, o llamémosla aquí felicidad, nos hace desgraciados.
¿En qué se diferencian?
El placer es egoísta; la felicidad solo es compartida o no es; el placer es efímero; la felicidad, en cambio, se proyecta hacia el futuro sin límites; el placer es sensorial y visceral; la felicidad es difusa, etérea…
¿Por qué los confundimos?
Porque el placer es más fácil de obtener, pero esa es también su trampa. El placer es adictivo, porque cada vez necesitas más estímulo –con sustancias o en conductas– para obtener la misma cantidad de placer.
¿La felicidad no requiere estímulos?
Requiere actitudes, una disposición, un camino… Y cuanta más felicidad consigues, más fácil es obtener más. Por tanto, no existe la adicción a la felicidad, pero sí al placer.
¿Por qué?
Porque el placer es dopamina y la felicidad es serotonina. Y los dos son neurotransmisores. La dopamina excita a las neuronas, que se defienden cerrando sus receptores.
¿Y reducen cada vez más la gratificación?
Por eso necesitamos aumentar el estímulo placentero –la sustancia o la conducta– cada vez más para obtener la misma gratificación y esa dinámica lleva a dosis enormes y a la adicción.
¿La búsqueda del placer genera adicción?
Y nos hace desgraciados y a quienes nos quieren. En cambio, la serotonina es inhibidora de las neuronas y no las excita; al contrario, nos relaja y crece al compartir con otros ese bienestar.
Algún entrevistado transmitía esa paz.
Algunos aprenden a compartir ese bienestar tras un largo camino de autoconocimiento para lograr sentirse uno con el mundo y los demás. Pero, como científico, le recordaré: ¿sabe qué sustancia impide actuar a la serotonina actuar?
Tomaré nota.
¡La dopamina! Por eso buscar el placer aleja la felicidad. Porque el bienestar desaparece con la gratificación inmediata que nos dan las drogas, la comida basura, o con conductas como la creciente adicción compulsiva a las pantallas.
¿Por qué confundimos placer y bienestar con tanta facilidad?
Porque el placer es inmediato y más fácil de lograr que el bienestar, pero también porque hay interés en que los confundamos y muchas industrias ganan billones con nuestra confusión. Con ella en Wall Street, las Vegas y Silicon Valley y sus sucursales en el planeta se generan billones. ¿Y sabe cómo la llamamos?
¿…?
Economía americana y es gran parte de la economía mundial, pero deberíamos pensar en cambiarla, porque nos hace desgraciados. De las diez mayores exportaciones de los EE.UU. cuatro son sustancias o conductas adictivas. La más reciente es la adicción digital. Y ahora en la pandemia olvidamos otra cosa.
¿Qué nos aconseja?
Mascarillas, distancia e higiene… Claro, y comer sano. El virus ataca sobre todo a los peor alimentados, a los obesos y a los diabéticos.
¿Por qué?
La comida ultraprocesada estimula la secreción de insulina y deprime el sistema inmunológico; además, los receptores de dopamina de cada célula, llamados ACE2, son el punto donde el virus inyecta su ARN e infecta el organismo . La comida basura, entre otros efectos, inflama los tejidos y contribuye a la sobrerreacción inmunológica.
Pues a comer mejor .
Una buena dieta no te hace inmune al virus, pero sí más resistente.
¿Qué está investigando ahora?
Soy endocrinólogo pediatra y me preocupa la educación. Al llegar la pandemia estaba en París con una ayuda Fulbright en el CRI (Centre de Recherche Interdisciplinaire) para desarrollar técnicas que permitan combatir la adicción a las pantallas en los niños.
¿Son parte del problema del placer?
Y pueden ser la solución en el futuro. Y ahora usted si gestiona bien su dopamina y su serotonina, es decir sus adicciones empezando por la comida, podrá vivir más de 100 años jugando a tenis hasta el final.
¿Por qué está tan seguro?
Porque el otro proyecto que tengo en París con el neurocientífico e ingeniero robótico Philippe Gaussier es una versión robótica del sistema límbico, el que gestiona las emociones. Que funciona.
¿Para qué sirve?
Nos permite explicar lo que sucede en el cerebro durante la depresión y la adicción.
¿Tiene aplicaciones?
Quiero aplicar el modelo para combatir psicopatologías. Es interesante que estemos coordinando nuestros dos cerebros y los de un gran equipo en crear un modelo de todos. Y creo que ya tenemos algunas conclusiones con aplicaciones ahora mismo.
Fuente: la contra