Ver nuestra vida como un camino por el que vamos avanzando nos puede ayudar a tener una mayor comprensión de ella y del inmenso potencial que existe en cada uno de nosotros. Mientras seguimos caminando hay vida, cuando nos detenemos, la vida también se detiene.
Podemos imaginar que al venir al mundo nos situamos en el punto de partida. Desde ese primer momento y, casi sin darnos cuenta, comenzamos a crear nuestro camino y para ello disponemos de un inmenso escenario en el que se pueden dar todas las posibilidades.
Así pues, ya desde ese primer instante de vida, comenzamos a avanzar por nuestro sendero valiéndonos de toda la información que nos va llegando del entorno: nuestros padres, educadores, personas con las que nos relacionamos, experiencias, cultura…
Desde que iniciamos la marcha nos esforzamos por mantenernos en pie sin perder el equilibrio para poder caminar y, aunque pueda parecer sencillo, este aprendizaje requiere de un gran esfuerzo y tesón. Porque tropezamos y nos caemos una y otra vez. Tras lo cual, pasamos mucho tiempo parados, recuperándonos de las lesiones y curando las heridas.
Así pues, en vista de las muchas dificultades que encontramos para poder mantener el equilibrio, buscamos una serie de puntales que nos permitan caminar y dirigirnos así hacia diversos estímulos que iremos descubriendo en nuestro entorno. Precisamente, esos estímulos son los que nos motivarán a proseguir la marcha que iniciamos. De este modo vamos creando nuestra vida y trazando nuestro camino.
Ante todo deseamos mantener la seguridad, el bienestar y la comodidad, así que desde muy pronto aprendemos a alejarnos de todo aquello que nos pueda incomodar. Desde el comienzo de nuestro recorrido ya ponemos gran empeño en mantener el bienestar y por tanto, podemos adoptar vías cortas que nos lleven, de una forma rápida y con el menor esfuerzo, hacia destinos felices.
Para sortear los obstáculos y evitar las caídas, nos valemos de la información del entorno y, aunque gran parte de ella es útil y necesaria para seguir trazando nuestro sendero, otra, en cambio, limita nuestras capacidades e impide nuestra actuación en momentos decisivos de nuestra vida.
De esa manera, el amplio escenario lleno de infinitas posibilidades en el que habíamos comenzado a trazar nuestro camino se convierte en un marco tan reducido que, en gran medida, nuestras posibilidades se ven limitadas y nuestras capacidades mermadas.
Nuestro afán por continuar nuestro trayecto con cierta comodidad y sin trabas, hace que tengamos que buscar nuevos sustentos para crearnos la ilusión de no volver a caer. Pero en realidad, lo que hacemos es aumentar nuestros puntos de apoyo, por tanto, las dependencias que no hacen más que entorpecer nuestra marcha.
Así pues, lejos de poder caminar con libertad y soltura, aceptar nuestros tropiezos, levantarnos de las caídas y aprender de ellas; no hacemos más que apoyarnos en el entorno. Creemos encontrar la seguridad, el bienestar y la felicidad en él y dejamos que nos dirija decidiendo por nosotros tanto en lo que no podemos o no debemos hacer, como en aquello que podemos o debemos hacer. Y es así, precisamente como dejamos que sea nuestro entorno el que marque el itinerario de nuestra vida.
Pero a pesar de permitir que nuestro entorno nos señale los pasos a seguir para colmar el deseo de evitar los obstáculos, en algún tramo del trayecto pueden surgir dificultades que nos hagan tambalear. En esos tropiezos se puede llegar a perder alguno de nuestros soportes; sin embargo, nuestra necesidad de mantener la seguridad hace que permanezcamos en alerta para buscar otros con gran rapidez.
De esa manera seguimos nuestro trayecto, con nuestros puntales, perdiendo algunos y reemplazándolos por otros hasta que finalmente, llega un día en que la caída es tan grande que perdemos nuestro mayor soporte y es entonces cuando no encontramos dónde apoyarnos.
Este tramo resulta el más delicado y todos, en algún momento, pasamos por ahí. Hay quienes, en ese momento, llegan a perder varios sustentos importantes e incluso, quienes dicen haberlos perdido todos. Y es ahí, precisamente en ese tramo, en esa etapa de nuestra vida, cuando se produce un cambio importante.
Después de caer, algunas personas permanecen ahí, esperando que acuda alguien para apoyarse. No pueden levantarse porque todavía no han aprendido a caminar solas. Son las personas que tras un duro golpe se refugian en la enfermedad y se niegan a continuar avanzando en su vida. Otras, con un gran esfuerzo, logran ponerse en pie y a pesar del daño de esa dura caída, mantienen la esperanza de volver a encontrar algo nuevo en que apoyarse para proseguir su marcha.
Por último, una minoría aprovecha esa caída para reflexionar sobre su vida y llegar a descubrir que ya no pueden continuar confiando en esos falsos soportes. Pues en realidad, nunca habían existido y que en lugar de buscar la seguridad en el entorno, sólo pueden encontrarla en su interior.
Así pues, a raíz de su gran caída, aprenden que pueden levantarse y seguir avanzando por su vida por ellas mismas.
Gracias a ese infortunio, aprenden que no se pueden evitar las caídas y la importancia de alzarse tras esas caídas con mucha más energía para proseguir la marcha. Que la seguridad, el conocimiento, el amor y la felicidad sólo residen en su interior y constituyen la base para trazar el camino que les conduzca hacia su Meta.
Por Pepa Kern
Cuanta verdad! … y que bueno es ser capaces de volver a ver la vida como «el amplio escenario lleno de infinitas posibilidades». Estoy en proceso, Muchas gracias Pepa!