Tengo 54 años. Nací y vivo en Oviedo. Estoy viudo. Políticamente no me identifico con ningún partido. A mí me gustaría que nos llevásemos todos bien, pero me parece una batalla perdida. La filosofía religiosa que más se acopla a mi manera de pensar es la budista, me gustaría creer en la reencarnación.
Silencio y sosiego
Está considerado uno de los cinco alpinistas mejores de España, ha coronado sin oxígeno las catorce cimas más altas del planeta, pero él insiste en que es un aprendiz. Sigue escalando “pero no se lo cuento a nadie”. Trabaja en urgencias en un hospital y tiene una clínica privada de traumatología y rehabilitación. Es médico voluntario en Nepal y Pakistán. En su libro Quizás vivir sea esto (Plaza y Janés) este hombre tímido se abre en canal para reflexionar sobre todo lo que le ha ocurrido en la montaña: la muerte de su mujer y la de sus mejores amigos. “Mi homenaje a ellos es mostrarme, algo que no me gusta nada”. Y lo que muestra es sabiduría de vida. Los ingresos del libro van destinados a becas de educación de niños del valle del Makalu, donde descansa su mujer Joëlle.
¿Cómo empezó esta pasión?
Desde pequeño, y no sé por qué. Una vez un lama me dijo que yo había sido serpa en otra vida.
¿Cree en la reencarnación?
He tenido esa sensación de reencuentro. Mi mujer murió cuando descendíamos el Makalu en el 2011. Años más tarde conocí a una niña nepalí que había nacido pocos días después de su muerte y que era muy hostil salvo conmigo. Quizá es lo que uno quiere pensar porque es muy difícil despedirte de quién amas.
¿Ha vuelto a ver a esa niña?
A Mingma le estoy pagando los estudios.
¿Qué queda después de conquistar las 14 cimas más altas del planeta?
Las montañas no se conquistan, tú las intentas subir y si ellas te dejan las subes. Lo que queda es la gente con las que he compartido esa pasión.
Ha perdido mucho en las montañas.
He perdido mucho y he ganado más. Si no hubiera ido una y otra vez no habría conocido a mis mejores amigos, ni a Joëlle. Haberla conocido es más significativo que haberla perdido.
Uno de ellos era el famoso Iñaqui Ochoa.
Para mí era un ídolo que por fortuna al conocerlo no se desvaneció. Y no se necesita mucho tiempo para conectar eternamente con otra persona.
Ustedes se la juegan.
Por desgracia he visto morir a muchas personas. Pero todos vamos a morir. Esta sociedad carece de la conciencia de la impermanencia, y es esencial tenerla para ser feliz, para amar la vida. Prefiero morir intentando cumplir mis sueños.
Perdió a su mujer recién casados.
Hacía poco más de un mes, sí. Sentí que me desgarraba por dentro, el alma se te abre.
¿Y no dejas de amar la vida?
Durante unos días tuve dudas de si quería seguir aquí o no. Antes murió otra compañera, una experiencia desgarradora: una caída, yo pude pararme y ella no, y se me escurrió de la mano.
Tanta muerte, ¿ha cambiado su manera de ver el mundo?
Totalmente. Ahora doy importancia a muy pocas cosas. Importa lo simple: estar bien de salud, no tener dolores, estar con tus seres queridos. Es decir, todo eso que tenemos a nuestro alcance la mayoría de personas en esta sociedad y no le damos valor. Ser más o menos rico, tener reconocimiento, poder, no tiene ninguna importancia, es todo mentira, marketing.
¿Es usted feliz?
Tengo pequeños momentos de felicidad que valen por una vida. Bajar de una cumbre y compartirlo, beber un vaso de agua fresca un día de calor, hay muchísimos, y son muy baratos y sencillos.Tenemos la felicidad en nuestras manos, pero la despreciamos. El problema es que la buscamos fuera, cuando está dentro.
Usted también casi pierde la vida.
Escalando el Dhaulagiri en el 2007. Estuve dos días errando, perdido y ciego. Al principio pensé en mis seres queridos, en lo que iba a perder. Luego entendí que debía concentrarme en salir de allí o morir intentándolo.
¿Cómo se orientó para salir de allí?
Caminaba con un bastón y cuando notaba una grieta, a gatas. Al segundo día empecé a recobrar la vista, vi una arista en la montaña y supe que había caído hacia el otro lado y la atravesé.
Debe ser superangustioso.
La mente es la bomba, olvida lo malo y se queda con lo bueno. Cuando releí el diario para escribir el libro ( Quizás vivir sea esto) no me reconocía, porque el yo de entonces es muy diferente al de ahora. No somos dos instantes la misma persona, lo dice la neurociencia y el budismo, y es verdad. El yo que creemos ser es una ilusión.
“Lucho por pasar sin dejar traza”, escribe.
A mí me encantaría pasar desapercibido, ser invisible. No quiero estar expuesto. Toda esa gente que pasa la vida luchando de malas maneras por ser recordados, ricos y reconocidos lo serán como mucho por dos generaciones.
De usted se acordarán sus pacientes.
Soy médico voluntario por pueblos en Pakistán y Nepal, y si alguien se acuerda de mí por eso, fantástico. A mí, con tener para vivir me basta.
¿Y con qué se ha encontrado?
Con que aquí somos muy afortunados. Esta sociedad de la queja debería de ser la sociedad de las gracias, aunque solo sea por la educación y la sanidad que tenemos. Un porcentaje muy alto de la población en el mundo vive una realidad muy distinta a la nuestra, más verdadera.
¿Qué sonrisa le ha impactado más?
Me llega al alma la de la gente que sufre. La de quien sabe que va a morir y te da ánimos a ti.
También dice que es un fracasado.
Total. Me hubiera gustado seguir con mi mujer, con mis amigos, y se han muerto. He fracasado en lo esencial. Pero tengo que comérmelo. La vida es caerse y levantarse. Intentar superar ese fracaso es ilusionante.
¿Cómo se supera tanta muerte?
No se supera, pero me alegro de haber compartido con ellos una parte de mi vida. No voy a pasar página ni la quiero pasar. En la vida hay más sufrimiento que disfrute y hay que aceptarlo si no quieres vivir en la frustración permanente.
¿Qué sentido tiene para usted la vida?
Sin saberlo exactamente creo que es ayudar a los demás y vivir tranquilo, con pocas cosas. Tener una vida simple, sin más. Si deseas poco estás mejor.
Fuente: la contra